La fayenza es un tipo de cerámica vidriada muy utilizada en el Antiguo Egipto. De aquella que actualmente se conserva, por lo general se pueden observar dos capas; un núcleo grueso, a menudo descolorido, que era posteriormente cubierto por una capa blanca brillante sobre la cual se colocaba el esmalte. Después de la aplicación de la decoración hecha con una tinta común de manganeso y óxido de hierro, la figura era puesta en el fuego nuevamente. Su parecido al lapislázuli, un metal caro y en demanda, lo hacía un reemplazo ideal y barato.
Hipopótamo de fayenza egipcia.
la favorita de todos y todas
Su uso en el Antiguo Egipto constituía una paradoja interesante, ya que se trataba de un tipo de alfarería no sólo presente en todos los estratos sociales, desde campesinos hasta faraones, sino que también era altamente valorado.
La tecnología involucrada en su producción no requería métodos sofisticados y los materiales con los que se hacía eran más bien comunes. A pesar de esto, las élites y la realeza escogían deliberadamente la fayenza en contextos funerarios y rituales. Ejemplos significativos de esto son las tumbas del Valle de los Reyes, notablemente la de Tutankamón, que contenían un porcentaje relativamente alto de artefactos de fayenza. Por tanto, este tipo de cerámica parece incumplir la “norma” de que las élites usaban los materiales más raros para con fines de prestigio y diferenciación de las clases más bajas.
Ahora bien, un aspecto que podría explicar la gran importancia de este producto es el alto valor simbólico que llegó a tener, siendo relacionado con la luz, renacimiento, fertilidad y eventualmente con la diosa Hathor. En consiguiente, se puede ver cómo la fayenza era un tipo de artesanía común, pero a la vez altamente valorada, constituyendo una excepción al elitismo que normalmente permea a las producciones artísticas y artesanales.
Ushebti realizado en fayenza.
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